Luisa R. Novelúa |
Adrián
arrastra su sombra de ordenanza por las calles de la ciudad. Las
manos que manipularon chisteras portan carpetas con documentos
municipales. Es un trabajador eficaz. Responsable. Valorado. Triste.
Aun así, el fogonazo de la ilusión ilumina su mirada cada vez que
palpa la baraja de naipes que lleva en el bolsillo interior de la
chaqueta, o cuando extrae una moneda de la oreja de algún
desprevenido compañero. En esos momentos se olvida de quién es y
vuelve a ser quién fue. La joven promesa internacional de la magia
ante un público expectante. Es feliz. Hasta que regresan las
palpitaciones, los temblores, los sudores. El fracaso. La
humillación. La fobia a los escenarios. Sin embargo, mientras se
pierde entre los peatones, le delata una ligera sonrisa. Nadie puede
discutirle el éxito de su gran número final.