Déjala a ella que sea pájaro, que
aletee para fortalecer sus alas antes de salir del nido, que se estrelle contra
el suelo y retome el vuelo todas las veces que haga falta, que surque los
vientos de otros continentes y agudice la vista para saber dónde la acecha el
enemigo y en qué lugar se esconde la presa. Acepta su marcha y olvídala. Si
algún día vuelve y picotea en tu ventana, obsérvala antes de abrir. Puede que
aún te guste, o ya no. Y si no regresa nunca, sabrás que el verdadero amor está
en otra parte.