Luisa R. Novelúa |
Recorre
la constelación de Perseo con el mismo alborozo infantil que la henchía cuando chapoteaba en cualquier charco diseñado por el
aguacero. Pierde la noción del tiempo y del espacio, y se aferra al
deseo que ha conseguido colgarse de la cola del cometa. Su anhelo se
cumple al convertirla en una de esas estrellas que cruza el
firmamento sin que nadie le indique la trayectoria que debe seguir,
ni cuándo aparecer o en qué lugar apagarse. Hermosa, pero fugaz.
Una
ligera presión en la mano la trae de regreso a la Tierra, al
descampado donde están tumbados con la única compañía de una
orquesta de grillos. Es un gesto tierno y cómplice. Intuye que la
está mirando, pero no vuelve la cabeza. Siente el calor húmedo de
una lágrima que resbala por su sien. Pero cómo explicarle que no es
de felicidad, que lo que fue, ya no es.
¡Muy bien! En la segunda lectura se aprecian las pistas que has ido dejando. Me gustado la orquesta de grillos y efectivamente, es terrible que siempre haya quienes creen que te quieren y sin embargo solo te dirigen. Ma'gustao. Suerte.
ResponderEliminar¡Qué bien que te haya gustado, Ximens!Muchas gracias. Un abrazo
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