(Luisa R. G. Novelúa) |
Era un buen lugar para guarecerse. Lo pensó mientras
corría cubriéndose la cabeza con el bolso Louis
Vuitton que le había regalado un antiguo novio. El chaparrón la pilló en
medio de una calle desconocida y desierta de aquel barrio de adosados a medio
construir. Quizá por eso la atrajo el caserón, un animal herido entre
depredadores.
En el soportal se sacudió las gotas sin parar
de quejarse del trabajo de comercial que la había llevado a un páramo sin clientes.
Con lo bien que estaría escribiendo, en lugar de vivir en una cinta sin fin de
tarifas que ni ella misma acababa de entender.
No se calló hasta que el edificio, con la
puerta forzada, la invitó a curiosear. Las telas de araña que precintaban la
entrada vencieron su temor a inesperados inquilinos. Dentro, el caos de un
desvalijamiento y, entre tanto abandono, cientos de papeles desperdigados.
Cartas, documentos notariales y legajos sobre foros y arriendos comenzaron a
entretejer una historia ideal para su primera novela.
Ya pensaba en un arranque impactante, en el
que un documento medieval aparecido dentro de un bolso prohibitivo sería la clave
del asesinato de una humilde muchacha, cuando un chirrido la estremeció.
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