Luisa R. Novelúa |
―¡Ay, qué larga es esta vida!― suspiró Lucía
con gesto compungido.
Manuel, que acababa de emerger de la
somnolencia que lo mantenía secuestrado la mayor parte del día, sonrió. Aquel
lamento, que él repetía tantas veces, en voz de ella actuó como un bálsamo contra
el dolor que se le había ramificado por todo el cuerpo desde la muerte de
Maruja.
Lucía se acercó para ayudarle a llevarse un
vaso de agua a los labios, pero con tanta torpeza, que la mayor parte del
líquido se derramó sobre la camisa. Sin embargo, una mirada de complicidad fue
suficiente para revalidar el pacto de silencio con el que se protegían.
Cuando poco después la llamaron desde la
cocina, ambos se habían olvidado ya del incidente, y el anciano volvía a estar adormilado. Por eso,
al regresar con un trozo de tarta de chocolate, ella tuvo que tirarle de la
manga para que se despejase.
Manuel exageró el gesto de sorpresa, pero lo
que en realidad le maravilló fue su propia carcajada cuando, sin que le preguntase
el motivo de celebración, Lucía levantó cuatro dedos.
Por allí te he dejado Luisa. Qué bonito, leñe. Enhorabuena y mucha suerte :)
ResponderEliminarPor allí te he dejado Luisa. Qué bonito, leñe. Enhorabuena y mucha suerte :)
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan Antonio. Un abrazo.
ResponderEliminarEs muy bonito y tierno el relato, Luísa.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Gracias, Nani! Un besiño.
EliminarEs estupendo, como te dije por ENTC, una escena narrada como hay que narrar las cosas.
ResponderEliminarBesazos.
Qué riquiña, Townada. Muchas gracias. Un besazo.
EliminarQué riquiña, Townada. Muchas gracias. Un besazo.
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