Luisa R. Novelúa |
Adrián
vivía
en una nube de algodón de azúcar. Su madre le regalaba besos con
olor a vainilla;
de los bolsillos del batín del
abuelo brotaban caramelos de tofe envueltos en papel de celofán; y
la
sonrisa de la tía Marta era tan dulce como las gominolas que le
indicaban
el
camino hacia un nuevo juguete.
Pero
todo cambió el día en que lo
abandonaron
en aquella casa extraña. Aún recordaba el primer tirón de pelo,
los
empujones, las peleas
por
las
chocolatinas.
Y,
lo que es peor, seguía
sin entender por qué le obligaban
a volver allí
cada
mañana.
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