Luisa R. Novelúa |
Una
bola de pelo gigante la arrolló por sorpresa, a traición, cuando en
su vida ya no quedaban páginas en blanco. Tras la correa que
arrastraba por el sendero tapizado de otoño, un hombre atildado la
miró desde su atalaya de presunción mientras intentaba retomar el
control de la perra, que se resistía como si huyese de un anuncio
publicitario para zambullirse en el mundo real.
La
samoyedo le demostró así amor a primera vista, como el que sintió
ella por Miki, la gata de pocas semanas que rescató de un
contenedor. Por eso no hicieron falta explicaciones. Ni en esa
ocasión, ni en las siguientes, cada vez más frecuentes a media que
sus esporádicos paseos por el parque se fueron adaptando a la rutina
canina.
Aún
no entendía por qué un domingo los invitó a subir al caos de su
casa, ni por qué dudó el día que él le propuso quedarse para
siempre. Quizá fue por la fragancia de mimosas que reptó hasta su
ventana para advertirle del peligro de las especies invasoras. Pero
Miki decidió por ella cuando se ovilló al calor de aquel gran
peluche blanco. A veces, para sobrevivir había que arriesgar.
Cupido se disfrazó de una perrita samoyedo, y unió el camino de su amo (Miki), con aquella dama que parecía resignada a vivir en modo “sana rutina” sin más emoción que dar su amor a gatitos indefensos.
ResponderEliminarEl amor, es el más hermoso o el más doloroso de los sentimientos, y aunque la dama (se intuye) conoce muy de cerca el amargo sabor del desamor, parece dispuesta (no sin dudarlo un poco) a darse una oportunidad de ser feliz. Porque en el fondo sabe, que quien no arriesga, no gana, y quien no busca, no encuentra. Mientras tanto, la perrita samoyedo ya es feliz, porque su amo (Miki) ya tiene una compañera, y ella tiene una nueva dueña, que la quiere de verdad.
Pd. Tu narrativa es muy dulce, el contenido tierno y el mensaje verdadero (las oportunidades llegan en cualquier momento y cuando menos lo esperamos, pero hay que tener el valor de intentarlo, porque para ser feliz, primero hay que querer serlo).
¡Saludos!
Muchas gracias, Juan Carlos, por tu amable comentario. No suelo escribir historias románticas pero, en esta ocasión, era lo que me apetecía. Una abrazo.
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