Luisa R. Novelúa |
Salen sigilosamente de las habitaciones de sus hijos
ausentes, como si el ruido más leve pudiese retenerlas contra su voluntad. Ya
no pueden hacer nada más, parecen decirles mientras se alejan sin
remordimientos. Y ellos, impotentes, arrasados, perdidos, no saben qué hacer
con los recuerdos. Hasta que una ráfaga abre de golpe las ventanas e irrumpen
de nuevo, caprichosas, para volver a amarrarlos a la espera.
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