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(Luisa R. G. Novellúa) |
Una
lágrima asoma a los ojos rasgados de la emperatriz cuando el jefe de los eunucos
le comunica que la rebelión de los bóxers ha fracasado. Pero la muestra de
debilidad apenas dura un par de minutos. Recompone el semblante impasible, y su
voz hiere como un estilete de hielo cuando ordena le ejecución de los ministros
sospechosos de simpatizar con los rebeldes. Sin mudar el gesto, envía una
invitación a los embajadores europeos para tomar una taza de té a las cinco en
la Ciudad Prohibida.
Finalista IV Premio Twinings de Historias de
Té
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