Unos zapatos
manchados con tres pequeñas gotas de pintura verde cambiaron mi vida. Sucedió
aquella Navidad, de niño, cuando la cabalgata de Reyes llegó por primera vez a
nuestro barrio. Mi hermano y yo, que muchas veces jugábamos a ser astronautas o
exploradores en África, nunca habíamos soñado con poder hablar con Baltasar,
nuestro rey favorito, y ahora que teníamos la oportunidad dependíamos de que
alguien nos llevase a la recepción real. Con papá no se podía contar, siempre
trabajando, siempre de mal humor; menos mal que a mamá la dejaron salir antes
del taller de costura y, aunque casi al final, llegamos a tiempo.
No sé si fue por
la emoción o por la tensión de la espera hasta el último minuto, pero me quedé
mudo y, para colmo, se me cayeron los caramelos que me había regalado Melchor.
Fue al agacharme a recogerlos cuando nació mi vocación de detective. Allí había
un misterio que desentrañar: papá era pintor, y Baltasar llevaba sus zapatos.
Presentado al concurso Esta noche te cuento. Mencionado en diciembre de 2012
Es un relato que enmana ternura por todos los lados. Esos pequeños despertares de la infancia son estupendos. Me gusta mucho. un abrazo
ResponderEliminarGracias, Lourdes. Las ilusiones infantiles son impagables. Durante los primeros años de mi vida, ningún otro momento se podía comparar con la emoción de la noche de Reyes. Besos
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