La nieve
acaparaba todo el protagonismo. En la taberna,
en la peluquería, en la escuela, en las cocinas de cada una de las casas del
pueblo tropical no había otro tema de conversación, que si el cambio climático,
que si había que acordarse de Santa Bárbara, o eso sólo era cuando tronaba, que
si Estados Unidos, o China, o cualquier otro país sospechoso de querer dominar
el mundo los había elegido para poner en práctica algún experimento secreto…
Todo eran especulaciones, pero si los primeros copos fueron recibidos con
sorpresa y regocijo, tres semanas después nadie soportaba el frío, ni se reía
ya de los resbalones ni de las caídas, ni aprovechaba para la caza el rastro
que dejaban los desprevenidos animales salvajes.
Y como habían aparecido el mismo día, también deseaban que el maldito Papá Noel, o Santa Claus, o como quiera que se llame, regresase a Laponia con sus renos, su trineo y los calcetines rojos colgados en la chimenea. Sin embargo, el anciano no parecía darse por aludido, ni siquiera cuando un conato de incendio amenazó su casa de madera. Había llegado para quedarse.
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