miércoles, 26 de agosto de 2015

Además del verano

Luisa R. Novelúa

Encontré su bicicleta apoyada en las nasas de pescar pulpo, pero ningún otro rastro de Xurxo. El muelle, inusitadamente desierto a esa hora de la tarde, había sido tomado por cientos de gaviotas con su desafinado concierto de graznidos, que herían casi tanto como el silencio con el que él sostuvo mi mirada antes de dar media vuelta y alejarse pedaleando.

Si lo hubiera seguido, en lugar de esperar enfurruñada a que regresase con algún regalo de desagravio, como ocurría cada vez que nos enfadábamos, quizá ahora estuviésemos explorando la gruta que había descubierto para mí en una de las calas que teníamos totalmente prohibidas por su difícil acceso, o tomando un helado en la dársena, junto a las rederas que nos atrapaban con sus historias de aparecidos.

Pero en esta ocasión era diferente. Miré el reloj. Se hacía tarde. No seguiría buscándolo más, ni le pediría perdón por haber sido tan tajante al contestarle que prefería ir a la fiesta de mis vecinos. Dejé mi bicicleta junto a la suya, sin saber aún que algo había terminado.