Luisa R. Novelúa |
Este se va a enterar de lo que vale un
peine sin púas, amenazaba Elvira como si aún siguiese
esperándolo con la comida en la mesa. José contenía la sonrisa mientras se
pasaba la mano por la calva y nos guiñaba un ojo. Siempre nos hacía reír. Y
ella, aunque seguía refunfuñando por lo bajinis, le acercaba la mejilla cuando
él le daba un beso de reconciliación.
Después,
regresábamos a casa con alguna golosina, que comíamos a escondidas porque mamá
se quejaba de que los vecinos nos malcriaban. Sin embargo, desde que papá se
fue, solo parecía preocupada por entender qué había sucedido, si no hubo discusiones.
De hecho, apenas hablaban.