martes, 15 de abril de 2014

Desde las alturas

(Luisa R. G. Novelúa)

Y regresé al cielo cuando su coleta pelirroja voló al girar la cabeza para mirarme durante unos segundos. Quién se acordaba ya de su risita maléfica cada vez que yo tropezaba en una sílaba, o de los cuchicheos con sus amigas si el guaperas de Lucas se pavoneaba en el gimnasio.

Una nube de felicidad volvió a elevarme de golpe, igual que el día en que su naricilla pecosa se asomó por primera vez a mi vida. Desde aquella altura todo era tan ideal que parecía imposible que allá abajo se estuviesen fraguando nuevas torturas para mí.

viernes, 11 de abril de 2014

El mapa del tesoro

Luisa R. G. Novelúa

Hacía más de diez años que no sabía nada de mi primo Juan, por eso recibí con sorpresa su llamada. Estaba tan alterado que tardé varios minutos en entenderlo: el mapa había aparecido.

De golpe sentí el olor de los veranos de Fisterra, cuando todos los nietos seguíamos a la abuela hasta la playa como al flautista de Hamelin, embelesados por sus historias. Entre ellas, la del escritor escocés, rescatado de un naufragio, que vivió en el pueblo hasta reemprender su viaje a las antípodas.

Se rumoreaba que guardaba en un libro el mapa de un tesoro y que había tenido que enterrarlo para evitar que se lo robase un marinero cojo al que siempre acompañaba una exótica ave.

Con la ilusión de ser los afortunados, cavábamos en la arena con nuestras palas y rastrillos, pero quien finalmente lo encontró fue Juan, durante unas obras de rehabilitación, en el hueco de una de las vigas de madera de la casa familiar que había heredado.

Nunca sabremos quién lo escondió allí, si Stevenson o la abuela, pero tenía trazada la ruta que nos reuniría a todos, por primera vez en mucho tiempo, aquel verano.


martes, 8 de abril de 2014

Las buenas maneras

(Luisa R. G. Novelúa)
Le deseé que tuviese un buen turno, aunque mi sonrisa me delató. Lo noté por la ligera contracción de sus labios antes de darme las gracias con un beso en la mejilla.

Vi cómo se alejaba arrastrando los pies, igual que mi padre poco antes de morir y, de repente, me enternecí hasta el punto de querer ponerla sobre aviso. Fue un fugaz momento de flaqueza. Habían sido tantos años de rivalidad soterrada que me marché a casa sin remordimientos.

Pero al día siguiente quien recibió la llamada de consuelo fui yo, y tuve que agradecerle que ya hubiese comenzado a organizar mi cena de despedida.







martes, 1 de abril de 2014

En otras circunstancias

(Luisa R. G. Novelúa)

Luego cruzó el pasillo, bajó al sótano y mató al prisionero que mejor le caía, el más sereno, el único que le sostenía la mirada cada vez que los encañonaba para divertirse un poco y aliviar el tedio de su soledad.

Pronto intuyó que, en otras circunstancias, habrían sido grandes amigos, que era una de esas personas con las que te sientes tan cómodo que sobran las confidencias, de las que te hacen un favor si realmente lo necesitas.

Quizá por eso, después de colgar el teléfono, cogió la pistola sin parar a pensárselo. Tenía que darse prisa. Estaban a punto de llegar para llevárselos.