miércoles, 12 de octubre de 2016

Miradas

Luisa R. Novelúa
La abeja correteaba por su brazo con la urgencia de quien tiene mucho que hacer. Atraída quizá por el olor de la crema de protección solar, parecía haber encontrado un mar de néctar en la piel pecosa de Andrea.

Ella se limitaba a observar al insecto con la atención de un apicultor, como había visto hacer tantas veces a su padre cuando permanecía horas apostado frente a alguna de las colmenas, ajeno a la mirada fascinada de su hija.

Todavía se preguntaba, después de tantos años, qué pasaba por la cabeza de aquel hombre hermético al que nunca había dejado de querer, a pesar de estar siempre ausente, incluso cuando aún vivía con ellos.

Tal vez él también quería huir, sin saber muy bien por qué, y entendiese mejor que nadie su deseo de que aquella abeja libase el dolor que supuraba por los poros, con la esperanza de que quedase sellado para siempre en las casillas del olvido.

De repente, quiso sentir el picotazo del aguijón y que el veneno actuase de analgésico. Sin embargo, la mano quedó suspendida en el aire, como si alguien la hubiese sujetado con fuerza para evitar el aplastamiento. Escondido detrás de la vegetación, su hijo la espiaba. No sabía cuánto tiempo llevaría observándola, pero cuando lo descubrió, la abeja voló.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Llamará dos veces

Luisa R. Novelúa

Le mancha los dedos de harina al entregarle la carta certificada, después de haberle recomendado la película que emiten esta noche en televisión. No parece muy entendido en cine. En indirectas, tampoco. Pero el título le ha hecho gracia y cierra la puerta con una sonrisa, como si memorizase el canal y la hora, mientras ella sueña ya con el próximo envío postal.