lunes, 9 de enero de 2017

Sin explicaciones

Luisa R. Novelúa

Una bola de pelo gigante la arrolló por sorpresa, a traición, cuando en su vida ya no quedaban páginas en blanco. Tras la correa que arrastraba por el sendero tapizado de otoño, un hombre atildado la miró desde su atalaya de presunción mientras intentaba retomar el control de la perra, que se resistía como si huyese de un anuncio publicitario para zambullirse en el mundo real.

La samoyedo le demostró así amor a primera vista, como el que sintió ella por Miki, la gata de pocas semanas que rescató de un contenedor. Por eso no hicieron falta explicaciones. Ni en esa ocasión, ni en las siguientes, cada vez más frecuentes a media que sus esporádicos paseos por el parque se fueron adaptando a la rutina canina.

Aún no entendía por qué un domingo los invitó a subir al caos de su casa, ni por qué dudó el día que él le propuso quedarse para siempre. Quizá fue por la fragancia de mimosas que reptó hasta su ventana para advertirle del peligro de las especies invasoras. Pero Miki decidió por ella cuando se ovilló al calor de aquel gran peluche blanco. A veces, para sobrevivir había que arriesgar.