Luisa R. Novelúa |
Y las azules, las del abuelo
de Pablo, fueron finalmente las ganadoras. Así que volvimos a casa cabizbajos,
decepcionados. Derrotados.
Por
la tarde no quise acompañarlo al parque. Hubiera sido demasiado humillante.
Preferí quedarme con mi madre adelantando los deberes del lunes.
Pero
cuando regresó con aquella sonrisa pícara, no hizo falta ninguna explicación.
Corrí a la cocina y recuperé del cubo de la basura el libro de jardinería que
me había regalado por mi cumpleaños.