martes, 27 de enero de 2015

Desde que llegó a su vida

Luisa R. Novelúa

―¡Ay, qué larga es esta vida!― suspiró Lucía con gesto compungido.

Manuel, que acababa de emerger de la somnolencia que lo mantenía secuestrado la mayor parte del día, sonrió. Aquel lamento, que él repetía tantas veces, en voz de ella actuó como un bálsamo contra el dolor que se le había ramificado por todo el cuerpo desde la muerte de Maruja.

Lucía se acercó para ayudarle a llevarse un vaso de agua a los labios, pero con tanta torpeza, que la mayor parte del líquido se derramó sobre la camisa. Sin embargo, una mirada de complicidad fue suficiente para revalidar el pacto de silencio con el que se protegían.

Cuando poco después la llamaron desde la cocina, ambos se habían olvidado ya del incidente, y el anciano volvía a estar adormilado. Por eso, al regresar con un trozo de tarta de chocolate, ella tuvo que tirarle de la manga para que se despejase.

Manuel exageró el gesto de sorpresa, pero lo que en realidad le maravilló fue su propia carcajada cuando, sin que le preguntase el motivo de celebración, Lucía levantó cuatro dedos.



miércoles, 21 de enero de 2015

En una casa gris

Luisa R. Novelúa

Un gran sol violeta, que oculta la lluvia tras el cristal, le da los buenos días. Como cada mañana, le sonríe vestido del color que ella ha elegido antes de pegarlo a la ventana con celo.

Sus cálidos rayos contrastan con el gesto taciturno de su madre, que apenas habla mientras prepara el desayuno. Sin embargo, la estremece con un grito llamando a su padre, que no suele levantarse antes de comer desde que las vacaciones de agosto se prolongan indefinidamente. Por eso, en cuanto está lista, sale corriendo al colegio. Nadie entiende por qué le gustan los lunes.

lunes, 19 de enero de 2015

El más generoso

Luisa R. Novelúa

―¡Usted es el primero que la abre, caballero! Acaba de ganar un jamón de Jabugo.

De pronto, Andrés se sintió como un astronauta danzando en El lago de los cisnes, al cargar, en plena calle, con una pierna de cerdo y con la botella de Rioja que había comprado para su primera cena en casa de María.

Mientras el feriante seguía vociferando, se preguntó quién le habría mandado participar en aquella estúpida competición para hacer tiempo hasta la hora de la cita.

Paralizado por el bochorno, no reaccionó hasta que, sin mediar palabra, le pasó el jamón a la mujer que le tendía una lata con calderilla.

lunes, 5 de enero de 2015

No habrá ganador en la familia

Luisa R. Novelúa

Sin saber por qué, le di un puñetazo en el hígado. Mi perplejidad, tan sincera como el dolor del pelirrojo que se retorcía sobre el tatami, no impidió que me descalificasen en la final. Pero lo peor fue la cara de decepción de mi padre, su silencio de vuelta a casa, la frialdad con que escuchó mi decisión de encerrarme en la habitación.

Por eso me extrañó que a la mañana siguiente rescatase las cañas del trastero. Estábamos en plena temporada de pesca y era tanta mi alegría, que no me di cuenta de que en el salón ya no colgaba su medalla de plata.