Luisa R. Novlúa |
Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que
llevaba en el bolsillo del pantalón. Los tres
lunares bordeando la comisura de los labios, el hoyuelo del mentón, la delicada
nuca en un escorzo tentador. Cada uno de los detalles que no habíamos sido
capaces de ensamblar hasta toparnos con el bello rostro, de serenidad
sobrecogedora, en la sala de autopsias.