miércoles, 12 de octubre de 2016

Miradas

Luisa R. Novelúa
La abeja correteaba por su brazo con la urgencia de quien tiene mucho que hacer. Atraída quizá por el olor de la crema de protección solar, parecía haber encontrado un mar de néctar en la piel pecosa de Andrea.

Ella se limitaba a observar al insecto con la atención de un apicultor, como había visto hacer tantas veces a su padre cuando permanecía horas apostado frente a alguna de las colmenas, ajeno a la mirada fascinada de su hija.

Todavía se preguntaba, después de tantos años, qué pasaba por la cabeza de aquel hombre hermético al que nunca había dejado de querer, a pesar de estar siempre ausente, incluso cuando aún vivía con ellos.

Tal vez él también quería huir, sin saber muy bien por qué, y entendiese mejor que nadie su deseo de que aquella abeja libase el dolor que supuraba por los poros, con la esperanza de que quedase sellado para siempre en las casillas del olvido.

De repente, quiso sentir el picotazo del aguijón y que el veneno actuase de analgésico. Sin embargo, la mano quedó suspendida en el aire, como si alguien la hubiese sujetado con fuerza para evitar el aplastamiento. Escondido detrás de la vegetación, su hijo la espiaba. No sabía cuánto tiempo llevaría observándola, pero cuando lo descubrió, la abeja voló.

6 comentarios:

  1. Cuántas coincidencias. Bonito relato Luisa y con mucha miga escondida.
    Besicos muchos

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  2. Todos tenemos alguna vez la necesidad de recibir una dosis de veneno, que quizá nos alivie de dolores internos e inconfesables.
    Un abrazo, Luisa

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    1. Sí, el dolor es algo muy personal. Cada quien lo afronta como puede.
      Muchas gracias por la visita, Ángel. Un abrazo.

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  3. Las abejas solo fueron un pretexto, son sus vacíos existenciales los que la desconectaron del mundo y sumergieron en sus pensamientos. Quizás ella nunca descubra, por qué su papá era tan distante, pero al ver a su hijo entre el follaje, se vio proyectada en su infancia y ella misma se vio como su padre. ¿Se repetirá la vieja historia? Solo Dios y la autora lo saben.

    Has creado una obra muy bella. No tengo palabras para agradecerte este momento de hermosa lectura.
    Muchas gracias.

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    1. Hola, Juan Carlos. Qué bien que te haya gustado mi pequeña historia.
      Has interpretado perfectamente lo que quería contar.
      Muchas gracias a ti por leer y comentar mi relato.
      Un abrazo

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