Luisa R. Novelúa |
Dos
hombres y un mismo destino. Dos billetes de tren y una conversación.
Juan y Pedro intercambian anécdotas, muchas de ellas hilarantes,
aunque hayan sido momentos incómodos, incluso dramáticos. Es lo que
tiene viajar y conocer gente. Podrían escribir un libro entre los
dos y se forrarían, dice Pedro, o planificar un crimen perfecto y
deshacerse de aquellas personas que les amargan la vida, bromea Juan.
Una
estación, dos números de teléfono, un hasta pronto. Cada uno
retoma su camino. Pedro se dirige como un autómata hacia la zona
comercial de la ciudad; Juan consulta en un mapa la localización de
los monumentos más emblemáticos y callejea con la cámara de fotos
colgada al cuello. Uno fantasea con la libertad del viajero; el otro,
con el hogar que espera al viajante. Cuando al día siguiente se
vuelven a cruzar, se saludan con una sonrisa y siguen de largo.
Demasiadas confidencias y un inesperado rubor.
Ay que ver como en los asientos de un tren o un autobús, puede una persona abrir su corazón, ¡qué cosas tenemos!
ResponderEliminarMuy bien narrado.
Besicos muchos.
Efectivamente,Nani, a veces es más fácil contar nuestros sentimientos a un desconocido que no vamos a volver a ver que a las personas con las que convivimos. Muchas gracias por la visita. Besos.
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