martes, 27 de enero de 2015

Desde que llegó a su vida

Luisa R. Novelúa

―¡Ay, qué larga es esta vida!― suspiró Lucía con gesto compungido.

Manuel, que acababa de emerger de la somnolencia que lo mantenía secuestrado la mayor parte del día, sonrió. Aquel lamento, que él repetía tantas veces, en voz de ella actuó como un bálsamo contra el dolor que se le había ramificado por todo el cuerpo desde la muerte de Maruja.

Lucía se acercó para ayudarle a llevarse un vaso de agua a los labios, pero con tanta torpeza, que la mayor parte del líquido se derramó sobre la camisa. Sin embargo, una mirada de complicidad fue suficiente para revalidar el pacto de silencio con el que se protegían.

Cuando poco después la llamaron desde la cocina, ambos se habían olvidado ya del incidente, y el anciano volvía a estar adormilado. Por eso, al regresar con un trozo de tarta de chocolate, ella tuvo que tirarle de la manga para que se despejase.

Manuel exageró el gesto de sorpresa, pero lo que en realidad le maravilló fue su propia carcajada cuando, sin que le preguntase el motivo de celebración, Lucía levantó cuatro dedos.



8 comentarios:

  1. Por allí te he dejado Luisa. Qué bonito, leñe. Enhorabuena y mucha suerte :)

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  2. Por allí te he dejado Luisa. Qué bonito, leñe. Enhorabuena y mucha suerte :)

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  3. Muchas gracias, Juan Antonio. Un abrazo.

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  4. Es muy bonito y tierno el relato, Luísa.
    Besicos muchos.

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  5. Es estupendo, como te dije por ENTC, una escena narrada como hay que narrar las cosas.
    Besazos.

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